miércoles, mayo 04, 2005

Un cubetazo de inspiración

Seguramente alguna vez la pluma se ha adueñado de ustedes y las letras han fluido como si hubieran vivido ocultas en la tinta... eso me pasó y este fue el resultado, espero poder darle seguimiento. (opiniones bienvenidas)

¡Cógeme!... ¡Cógeme!- Gritaba Mónica entre gemidos y sonidos secos, producidos por el choque de caderas y piel; al tiempo que Javier la embestía de forma bestial, mordiendo sus hombros, aferrado a su piel. Con las manos enterradas en sus caderas Javier aceleraba el balanceo impulsado por sus pasiones que hervían al escuchar la voz de su amante pronunciándose suya, exigiéndole entrega absoluta, demandando hasta el último aliento.

El cuarto apestaba a sexo: era aquel un olor penetrante, que embriagaba y conquistaba poco a poco los sentidos. Un olor que parecía demasiado familiar.

Un mar de tono rojo sangre derramaba por las paredes, producto de la lujuria enfermiza que inundaba el cuarto cuando Javier y Mónica jugaban a amarse.

Del pecho de Javier se desprendieron dos gotas de sudor que se suspendieron súbitamente a unos centímetros del pecho de Mónica, como gigantes golpes infernales enormes ráfagas de fuego entraron al cuarto por cada ventana, por cada rendija abrazándolos con su calor; se hizo un silencio sepulcral que se interrumpió con el sonido de las gotas estrellándose en los senos de Mónica, el golpe de aquellas dos pequeñas gotas en su tersa piel sonaba con gran estrépito; ambos cuerpos se quedaron estáticos y un suspiro unificado se apoderó del sonido. El mundo mismo interrumpió su realidad y las almas de los amantes contemplaron todo desde un maravilloso universo alterno. Todo esto al momento que ambos alcanzaron el clímax.

Javier se derrumbo sobre Mónica y permaneció así por una fracción de segundo. Mónica nunca se lo había dicho, pero esa era su parte favorita del sexo y es que era entonces cuando el juego parecía más real. Cuando Javier estaba rendido sobre ella, sin fuerza, con su piel adherida a la de ella, entonces y sólo entonces Mónica se sentía realmente amada. Sin embargo, ese momento de profunda intimidad era sustituido casi de inmediato por un gélido abrazo que indicaba que el ritual había terminado.

En ese momento Javier, en el mejor de los casos; se levantaba de la cama, se dirigía hacia el baño, se daba un rápido regaderazo , se vestía y, tras un beso en la frente que Mónica siempre sintió como un golpe de realidad, desaparecía por la puerta enfundado en su traje de marca.

Mónica lo veía alejarse, sentada en la cama, desnuda pero cubriendo con la sábana sus cuerpo perfecto; tímida y desprotegida sofocaba los “te amo” que luchaban por escaparse de su boca carcelera y cuyas almas en forma de suspiro nunca lograban llegar a Javier. Al cerrarse la puerta el departamento se volvía inmenso, y apretaba la sábana lo más fuerte que podía contra su pecho y se repetía una y mil veces que Javier era sólo un amigo…tal vez algún día lograría convencerse.

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